Tuesday, October 05, 2004

reflexión irresponsable de la simpatía

Ganar la simpatía de alguien parece algo ordinario, habitual. Hay gente que se dedica a eso, suponemos, como los agentes de ventas. Se trata, al parecer, de una de tantas virtudes comunes y desangeladas, como lo son las cívicas en general. Pero de la misma manera en que se gana, es válido pensar que también se pierde. La vida, entonces, se transforma en un torneo de amistades y enemistades gratuitas, fugaces, cotidianas. Pienso en aquellos personajes que medían su vida por cigarros, por horas o por amores, y que acaso pudieron haberlo hecho por simpatías o antipatías. Pero no, eso volvería al mundo una especie de planeta disney donde hay tres o cuqatro odiosos que ejercen el malhumor como doctrina anarquista. Sospecho que en ese ganar no hay un sentido de competición, pues es difícil creer que uno ha estado a punto de ganar la simpatía diez o doce veces de cierta persona, que hay antipatías con finales de fotografía. Además el esfuerzo parece ausente. Alguien que se empeña demasiado en ganar simpatías, que se esfuerza atléticamente en caer bien, que realiza cortesías gimnásticas, es un pesado o un falso, y eso lo lleva al otro bando, al de los lacayos, los serviles, los indeseables. Ser agradable a la vista de todos, ejercer sobre ciertas personas fascinación gratuita, espontánea, y propiciar sin dfeliberación una alquimia para convertir nuestros defectos en virtudes y nuestras virtudes en dechados de maravilla, para hacer de nuestras manías
Como sea, me considero absolutamente incapaz de ganar demasiadas simpatías, si suponemos que ese ganar involucra un esfuerzo o una aptitud nata. Como cualquiera, simpatizo con personas a las que trato poco, caigo mal de vista, y hasta puedo presumir de dos mujeres que inventaron conmigo una historia de amor sin haberlas tratado jamás, y más me vale comenzar a creer yo también en esa mentira enaltecedora. En esto nada se puede hacer. Parece que, políticamente correctos, la simpatía ocupa el lugar, intraspasable, insobornable con remordimientos históricos, de cualuquier repudio. La simpatía, pues, parece ser uno de los muchos obstáculos del existencialismo. Nos construimos en nuestros actos, y nos construimos para otros. Tener un defecto físico, una voz chillona, hace que el edificio de nuestra vida se desmorone, porque somos incapaces de mostrarnos según nuestras acciones. Somos espejos deficientes en donde otros espejos deficientes se muestran. Y lo sabemos, y por eso la ilusión del hombre libre se desmorona frente a la insobornable voluntad del capricho, del gusto. Cicerón decía que muchas veces una persona no se parece a sus actos. Justificar, por ende, simpatías o antipatías, no sólo es una debilidad, sino el quebrantamiento de lo poco de misterioso y digno que nos topamos al subir al pesero.

1 comment:

Anonymous said...

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