Monday, July 17, 2006

Una sola frase, por favor


Así fue cómo aquel joven, ese amanecer de abril saturado de un sol todavía rojizo y de pájaros (los pájaros, en su escandalosa y torpe alegría aveces oscurecían el cielo), salió a la calle para comprar el periódico, con la oblicua esperanza de leerlo, y más bien, con la torva ilusión de que lo vieran comprar el periódico muy temprano, un poco para darse importancia, como si el mundo esperara ese gesto para poder entonces andar, y, de vuelta a casa nuestro joven, muy campante con su periódico bajo el brazo (ni siquiera él sabía cuál era, total, las noticias importantes están en todos), se dio cuenta de que había olvidado las llaves en la mesa de la sala, y pensó carajo demasiado temprano para llamar al cerrajero, y se dio la vuelta, sintiéndose muy estúpido y tratando de equilibrar la resignación con la torpeza, a fin de configurar algo como la imagen de un sabio oriental despistado, y se dirigió, con plena determinación, al café que había en la otra cuadra, un local perezoso y pobretón, al que, precisamente por estas características, había, por decirlo de alguna manera "profesionalizado" para sus rompimientos amorosos, por eso, por anodino, para no recordar nada agradable que lo hiciera volver y que le trajera recuerdos, y el único café, por otra parte, que estaba abierto a esas horas en las cercanías, y mientras se dirigía ahí, creyó verla, a ella, y luego, sin descanso ni aviso, a ella, a otra, y luego a ella, a una más, como si todas se hubieran quedado guardadas en aquel lugar, tal como las había dejado, y en aquel preciso momento, liberadas del embrujo, salieran todas a recomenzar su vida interrumpida, y el joven cerró los ojos, con el corazón golpeandole el pecho y pensando cuántas más cuántas más, hasta que, mirando de reojo, se dio cuenta de que no eran ellas, de que ni siquiera se parecían, y de que lo que salía de aquel lugar era su pasado para salirle al paso, pues la gente que se cruzaba era toda desconcida, la calle se tejía de presencias extrañas, de personas que deambulaban como sonámbulas, soñando el sueño de sus vidas en casa, en la oficina, en la tienda de autoservicio, en cualquier lugar menos ahí, en la calle, donde estaban, y él, en cambio, era el único que estaba ahí, por haber olvidado las llaves, y nadie más estaba conciente de estar en la calle salvo él, rumbo al café, donde, para hacer acaso homenaje a la tautología, pediría un café, para despertar, para que despertara el único que estaba despierto enmedio de un gentío de soñadores, como para enfatizar ese doble despertar entre sonámbulos, y así fue, decía, que el joven miró la taza y el café se había enfriado, mientras el último hilo de vapor se había desvanecido con el último hilo de pensamiento.