Saturday, December 02, 2006

Por qué no soy fotoperiodista

No lo soy. Sólo tomo fotos de ocasión. Y los títulos no ayudan.



"Karajan ¿orador?", publicidad sobre pared del FCE.














"Obviedad", Placa de plástico sobre puerta de vidrio de Starbucks













"sexo casi diabólico", placa de hojalata del DF sobre Honda civic.












"Embotellamiento" o "La venganza del estudiante" o "Nueva puerta", Camión de Chaparritas sobre muro de escuela marista.













"Pornografía muy infantil", peluches tras vitrina de farmacia












"El gran cabrón", niña junto a padre sobre barra, junto a toma de cerveza.

Tuesday, October 31, 2006

Higiene mental


No escribir cansa. Absuelto ya del sueño de popularidad y de las odiosas recriminaciones que llegaron a hacerme (hablo de los paladines de la cortesía que decían: sé mas considerado con tus visitantes, que a ellos les debes...), espero que el blog vuelva a serme amigable.
Dudaba del título. Recuerdo que cuando iba agripado a la escuela, siempre había una buena samaritana que "me llevaba aparte del grupo / amedrentada todavía", para decirme "te sonaste mal". Eso, desde luego, sólo significaba una cosa: tenía un moco visible. No me interesa hacer un examen lógico de la expresión (en rigor, sonarse mal ¿es dejar algo dentro? ¿o es dejarlo en el cuerpo? ¿o...?), ni hacer alarde de habilidades o de ineptitudes. Sólo me da curiosidad por qué ese prurito para exigir limpieza en el rostro. Los romanos tenían por vergonzosa cualquier actividad sexual con la boca, pues el rostro era la carta de presentación. ¿Por qué no los ilustrados generaron una etiqueta para el diálogo, para la razón? Sueño con esa edad dorada en la que nos llamarán aparte y nos dirán en secreto "se te salió un clisé", "te expresaste con un anacoluto", "usaste un ripio"... Pero eso no pasa en la realidad. Sólo pasa en los blogs. Y para colmo, los enmiendos son peores que el error que denuncian.

Friday, September 01, 2006

Hace mucho que no escribo...

Leo a Suetonio. Una parte fundamental de las biografías de los emperadores es la de sus sueños. Hay que recordar cómo Elio Arístides, durante una importante etapa de su vida, vivió consagrado a su enfermedad y a los sueños, en los cuales Esculapio le recetaba tratamientos feroces (todos tan fantásticamente escritos por Reyes en su "Elio Arístides o el asesino de sí mismo" de Junta se sombras) para curar su obstinada hipocondria, y aquella famosa cita de Virgilio donde los sueños falsos y verdaderos parten de puertas contiguas. Y me inquieta que Claudio, que el emperador Claudio, no soñaba.
En la vida oscura y cobarde del predecesor de Nerón, Suetonio no narra sueños. Claudio no soñaba. Nerón sí. Y soñaban por él. Su vida está saturada de sueños suyos y de sueños proféticos.
Pero Claudio no. Y para esa vida, como debían verla los romanos, esa vida sin sueños sería como una media vida. Tan privada de vida como de muerte, pues los sueños partían de la muerte, del hades. Tal vez, su cojera (incluso epónima) establece esa escasa fijación, ese pisar la tierra como si no se pisara sólidamente, firmemente. Y la Apocolocíntosis de Séneca, donde se narra satíricamente la apoteosis de Claudio, acaso sea cierta. Falta, desde luego, un Schliemann que se tome en serio el texto de Séneca y que lo acabe convirtiendo, por esa tenaz credulidad, en un monumento, una ruina. Acaso la credulidad sea la paridora de toda historia.

Tuesday, August 01, 2006

Pájaros en desbandada

Los pájaros en desbandada
son los pájaros sin nombre,
la esporádica crepitación de su aleteo,
como un reloj que acompasara
todas las horas
en un solo momento.
Son la sombra de su paso
sin huellas ni camino.
Son los paseos a tientas nocturnos,
sin sentido, a tientas, sin sentido.
Son el eco de lo atisbado
en número indefinido.
La evanescente eternidad
de las olas espirales,
de los surcos de aire cultivados
por ángeles imprevistos;
el eco de un ave
que tiende en la penumbra
condenas con graznidos.
Son sólo ese momento
en que piensa un hombre
y los escucha en el rumor desierto
y deja que parta en desbandada
con las aves,
la ronda de su pensamiento,
sabiendo que no le queda nada
sino esa quietud
de un movimiento fijo
como un trino suspenso
en la espesura abrumada del instante.

Monday, July 17, 2006

Una sola frase, por favor


Así fue cómo aquel joven, ese amanecer de abril saturado de un sol todavía rojizo y de pájaros (los pájaros, en su escandalosa y torpe alegría aveces oscurecían el cielo), salió a la calle para comprar el periódico, con la oblicua esperanza de leerlo, y más bien, con la torva ilusión de que lo vieran comprar el periódico muy temprano, un poco para darse importancia, como si el mundo esperara ese gesto para poder entonces andar, y, de vuelta a casa nuestro joven, muy campante con su periódico bajo el brazo (ni siquiera él sabía cuál era, total, las noticias importantes están en todos), se dio cuenta de que había olvidado las llaves en la mesa de la sala, y pensó carajo demasiado temprano para llamar al cerrajero, y se dio la vuelta, sintiéndose muy estúpido y tratando de equilibrar la resignación con la torpeza, a fin de configurar algo como la imagen de un sabio oriental despistado, y se dirigió, con plena determinación, al café que había en la otra cuadra, un local perezoso y pobretón, al que, precisamente por estas características, había, por decirlo de alguna manera "profesionalizado" para sus rompimientos amorosos, por eso, por anodino, para no recordar nada agradable que lo hiciera volver y que le trajera recuerdos, y el único café, por otra parte, que estaba abierto a esas horas en las cercanías, y mientras se dirigía ahí, creyó verla, a ella, y luego, sin descanso ni aviso, a ella, a otra, y luego a ella, a una más, como si todas se hubieran quedado guardadas en aquel lugar, tal como las había dejado, y en aquel preciso momento, liberadas del embrujo, salieran todas a recomenzar su vida interrumpida, y el joven cerró los ojos, con el corazón golpeandole el pecho y pensando cuántas más cuántas más, hasta que, mirando de reojo, se dio cuenta de que no eran ellas, de que ni siquiera se parecían, y de que lo que salía de aquel lugar era su pasado para salirle al paso, pues la gente que se cruzaba era toda desconcida, la calle se tejía de presencias extrañas, de personas que deambulaban como sonámbulas, soñando el sueño de sus vidas en casa, en la oficina, en la tienda de autoservicio, en cualquier lugar menos ahí, en la calle, donde estaban, y él, en cambio, era el único que estaba ahí, por haber olvidado las llaves, y nadie más estaba conciente de estar en la calle salvo él, rumbo al café, donde, para hacer acaso homenaje a la tautología, pediría un café, para despertar, para que despertara el único que estaba despierto enmedio de un gentío de soñadores, como para enfatizar ese doble despertar entre sonámbulos, y así fue, decía, que el joven miró la taza y el café se había enfriado, mientras el último hilo de vapor se había desvanecido con el último hilo de pensamiento.

Thursday, June 15, 2006

Tragedia


Ni aforismo ni nada. Mi asesor de tesis me pidió que le entregara el primer capítulo en una semana. El mundial acabará conmigo.

Tuesday, June 06, 2006

5 aforismos idiotas, como pentálogo, y un epílogo


1. El apocalíptico es un género literario "con futuro".
2. Si: Dios murió, la esperanza murió, el progreso murió y la ciencia es una vieja clasista taimada, luego la vida "ya" no tiene sentido. Porque la vida no tiene sentido, hay que reescribirla.
3. Los hombres --¡y algunas mujeres!-- llevan la corbata por mejor llevar a cuestas su patíbulo. En el cadalso hay estilo.
4. Imitación de Horacio.- Algunos días, el burócrata desencatado llega a casa, se tira en el sillón y, mientras revuelve su interminable cuba, piensa: "¿Cómo dar importancia a una vida regida por el gesto idiota de imprimir un sello?"
Algunos días, el filósofo venerado llega a casa, se tira en el sillón y, mientras se revuelve su tedioso whisky, piensa: "¿Cómo dar importancia a una vida regida por el gesto idiota de una idea?"
5. Si la academia suele burocratizar el pensamiento, podemos suponer que en el sindicato de las ideas la afilición exige cierta mediocridad. ¿Queréis una prueba? La estadística.

EPÍLOGO: En las burocracias celestes imaginadas por el gnosticismo, también hay ángeles "pone-sellos".

Wednesday, April 26, 2006

No decir nada del nestorianismo

Desde hace tiempo quiero escribir algo, un cuento, un ensayo, sobre Nestorio. Pero me falta tiempo para investigar, para sumergirme en bibliotecas de las que uno sale luego como de un naufragio; para zambullirme en libros, en ensayos, en dilemas; para tejer las sutilezas teológicas bizantinas, laberintos cretenses en cuyo centro mora la perplejidad.
Porque Nestorio, uno de los más grandes herejes de la cristiandad, puede que en realidad no fuera hereje. Él proclamaba dos naturalezas reunidas en Cristo, la divina y la humana, como lo señala la Iglesia. Pero los peligros monofisitas, apolinaristas, monotelistas, acechaban. Dicen algunos que la Iglesia lo malentendió y dramatizó esa distinción proclamando que eran "dos personas" distintas reunidas, y no dos naturalezas en una persona. Dicen que sus seguidores lo malentendieron, y se acomodaron mejor con el malentendido que con la postura real, y corrieron al Oriente proclamando el equívoco que acaso el mismo Nestorio no entendía. Y Nestorio fue desterrado al desierto, asilado en un oasis, por el resto de sus días. Y cuando murió, decían sus detractores que abandonaba los rigores ardientes del desierto por los más ardientes del infierno.
Sí, quisiera escribir, pero me falta tiempo. Y sólo tengo tiempo para, en paráfrasis de Quevedo, hacer algo en no hacer nada.

Wednesday, April 19, 2006

Los otros milagros

En la historia (y en el cuento de Monterroso y creo recordar que en Las minas del rey Salomón), un eclipse y recordar el momento en que ocurrirá el eclipse es el ardid para salvarse de los salvajes. Se proclama el milagro y la intercesión de los dioses. En Monterrroso el ardid no funciona.
Tal vez traiciono este blog, emancipado de las peripecias personales, contando una anécdota. Pero el Viernes santo todo falló. Mi novia, de viaje, creía anticipar su regreso, pero el coche se descompuso y heroicamente se salvó de sucumbir bajo una pesada rama que tuvo el repentino antojo de desligarse del tronco y de dejarse caer, así nada más; la tarjeta WiFi se obstinó en no advertir señal; tuve que reiniciar la Palm, anquilosada, estupefacta en su inutilidad; mi computadora perdió la propriosepción (¿se escribirá así?) y desconoció los puertos usb y abarató su unidad de disco, incapacitada para grabar respaldos; el celular durmió el sueño de los justos, dejando de funcionar... Todo amenzaba con convertirse en una novela Stephen King: las máquinas se sublevaban; la naturaleza, en franca rebeldía, con polvaredas y remolinos encapotaba el cielo. Era Viernes Santo.
Y el sábado todo regresó a la normalidad. Sábado de Gloria, finalmente.
El tiempo no pasa en vano. ¿A qué salvaje podríamos convencer con semejante milagro? Necesitaríamos un pueblo formado por variantes del filósofo Moore (vid. infra) y decirles: "Esto dejará de funcionar". ¿Qué parábola podría crearse con semejante anécdota? ¿De qué mediocre profecía en estilo de san Juan podríamos proclamar?: "Porque así como la rama se desprende de su tronco y la Palm se paraliza y el celular se inutiliza, así, en verdad, en verdad os digo, así será la ira de Dios, y no serán salvos ni los puertos usb ni los quemadores de discos..."
Sin embargo fue Viernes Santo, no vi la película de Rambal, y creo, creo.

Friday, April 14, 2006

Excusa

Iba a escribir, en verdad lo iba a hacer. Pero no lo hice. Os dejo, no obstante, uno de los grandes descubrimientos de semana santa: Alizee



Thursday, April 06, 2006

La augur

Iba cabizbaja y silenciosa. Para hacer conversación, le pregunté si era cierto aquel rumor de que sabía leer el vuelo de las aves. Asintió lenta, cadenciosamente.
En aquel momento reventó una parvada, que poco después pasó por encima de nuestras cabezas. Esperé su lectura. Ella miró al cielo desganadamente, herida por el sol, reflexionó, y suspirando con malhumor, dijo:
--Sandeces... Sólo sandeces. Las aves son animales estúpidos. Ya no predicen el futuro. Van y vienen, labran surcos en el aire y los impregnan con trova, cancioncillas de amor superficiales, éxitos comerciales que escuchan por ahí.
--¿Y no será que nos predicen una edad de oro? --pregunté.
--Sandeces, sólo sandeces. --dijo, y aceleró el paso, quizá avergonzada.

Thursday, February 23, 2006

Media Naranja

Aterradora la idea platónica de la media naranja. Transitamos de una media naranja ajena a otra, y quizá alguien, en ese momento, esté exprimiendo nuestra media naranja. Y la encontraremos, tal vez, al final, pura cáscara y bagazo, y seremos nosotros cáscara y bagazo. El jugo le corresponde casi siempre a los errores; al idealista, cáscara y bagazo.

Friday, February 10, 2006

Cuarteta (corregida)

Aquella noche, desmayada y triste,
lánguida y silenciosa en tu mirada,
desde el balcón, posante, resignada,
con tu llanto la noche deshiciste.

Saturday, January 28, 2006

Reflejo insumiso (II-V)

Reflejo insumiso II

La cópula y los espejos son abominables...
J. L. B.

El reflejo iba y venía según su antojo. Parecía llevar una vida propia, con relaciones, horarios, citas, parrandas: en sus ocasionales visitas, llegué a verlo demacrado por la fatiga y el desvelo, o feliz. Seguí evitando el espejo, pues suponía que sobreexponer mi cara a esa imagen, acabaría transformándola, por convencimiento, por asimilación. Pero luego tuve que dar marcha atrás, por una idea más perturbadora: había creido ser un observador involuntario, inevitable, pero muy probablemente yo era visto y espiado descaradamente. Cambié mi actitud. Tal vez lo más normal en estas circunstancias hubiera sido echar encima de los espejos una manta que cegara cualquier posibilidad de ser observado, pero, enfurecido por mi ingenuidad y por sentirme invadido, por mi frustración, decidí encarar, retar. Vigía de mi mismo, cazador de mi imagen trastornada, comencé a llevar un pequeño espejo a todas partes, y lo consultaba regularmente. Comprendí entonces algunas de las reacciones del reflejo, sus estallidos iracundos, sus silenciosos griteríos, su mirada cargada de odio, y su necesidad de trivializarme, parodiándome.

Reflejo insumiso III

Wearing feeling in our faces while our faces take a rest
Peter Gabriel

Naturalmente, mis hábitos cambiaron: descuidé trabajo y amistades. Comencé a llamar la atención en donde me encontrara, por la extraña costumbre de mirar regularmente el espejo, como los impacientes apuran el tiempo oteando su reloj.
Fue inevitable renunciar la trabajo, a la vida. Me recluí en casa. Con mis ahorros adecuadamente invertidos, podía vivir frugalmente. Bastaron mínimos arreglos para convenir los depósitos regulares y para que el dueño de una tienda cercana me llevara regularmente víveres a la puerta.
El solitario carece de rostro; en en mi retiro conseguí una paz mediocre resquebrajada por los mínimos sobresaltos de mi imagen. Ya acostumbrados a mis negativas, amigos y conocidos dejaron de invitarme a sus fiestas y reuniones, primero, y luego dejaron de buscarme. El silencio y la soledad eran totales, o casi. Una sola llamada telefónica comencé a recibir con regularidad.
Era ella.

Reflejo insumiso IV
¿Está el gato vivo o muerto?
Erwin Schrödinger

Sin Laura... sin Laura...
Raphael, el divo de Alicante

Mi relación con Laura se remonta a la edad escolar. Los detalles son innecesarios: con ella respeté la historia tradicional del enamoramiento adolescente, idealista por inepto, y menos platónico que auténticamente pordiosero. Al cabo de algunos años, hastiado de esa relación tóxica y aficionada al sufrimiento, había intentado repelerla. Con la misma facilidad con que antes había ignorado mis súplicas ardorosas, ignoró mis insultos y desdenes. Me resigné a verla una vez al año. Entendí que su vanidad aún vivía de la modesta gloria de haber sido una vez endiosada. Sin importar qué le dijera ni cómo la despreciara, después de nuestros encuentros ella se iba satisfecha: había recibido su módica ofrenda.
Y ahora volvía a aparecer. Sabía que era inútil darle largas o dejarla plantada. Me seguiría, me encontraría y sólo descansaría después de verme. Decidí, pues, citarla en un café anodino. Iría, le presentaría el nuevo rostro, si acaso ella lograba reconocerme.
Llegué a nuestra cita con anticipación. Ella apareció después, tarde. Me reconoció de inmediato.
Luego de los usuales saludos y cortesías, Laura se sentó y bebió café y fumó con avidez. Laura se desenvolvió y volvió a representarse como la conocí, idolatrada. Me narró su vida, tal vez para que la compadeciera y la admirara. Yo la escuché, asombrado, pero en esta ocasión no de ella, sino de su absurda ceguera. Comencé a sentir ira; me sentía burlado, ignorado. Entonces, azoté la mesa, mostré una credencial antigua con mi retrato y le dije que viera, que ya no era el mismo.
Ella tomó la credencial, la miró desdeñosamente y comentó con ironía:
--El de la foto se ve más pequeño.
Exhaltado aún, le conté mi historia. Ella escuchó, notoriamente molesta. Cuando terminé, sacó su estuche de maquillaje y orientó el espejo hacia mí.
El espejo cayó al suelo, haciéndose añicos con un ruido parecido al chillido de una rata.

El reflejo insumiso V

¿Quién es ese tercero que siempre va a tu lado?
T. S. Elliot

Platicamos largamente. El tiempo pareció no pasar. Conjeturamos teorías sobre el extraño fenómeno. Laura sugirió que detrás de los espejos podían desarrollarse vidas casi idénticas a la nuestra, de un paralelismo casi perfecto; el supuesto reflejo era en realidad una ventana. En mi caso el paralelismo se había roto. Yo le repliqué: no había ocurrido un cambio súbito, como si un impostor ineficaz hubiera usurpado un lugar que no le correspondía, sino que había ocurrido una transformación. Recuerdo que algo comenté sobre dimensiones y sobre física y leyendas chinas. Ella se encogió de hombros y mencionó los vampiros y Dorian Gray.
La noche cayó sobre nosotros sin darnos cuenta. Era hora de despedirnos según el proceloso ritual de nuestros encuentros. No quería dejarla ir. Ella decidió quedarse conmigo esa noche, para cuidarme: me veía alterado. Esa noche Laura durmió conmigo. Durmió conmigo las siguientes noches.
No hace mucho Laura se ha mudado a mi casa. Con su equipaje llevó un elenco de espejos, y los repartió por nuestro cuarto. Incluso colgó uno del techo, como en los hoteles de paso. Dice divertirse con esa inocente práctica erótica. No supe cómo reprochárselo.
Sé que Laura duerme después que yo. Me abraza y, en ocasiones, me despiertan sus besos tenues y sus declaraciones musitadas. El horror de verme con ella con un rostro distinto me obliga a mantener cerrados los ojos y a fingir que aún duermo. Dice amarme y le creo. Sólo me inquieta saber a quién mira cuando el sueño me vence de nuevo y caigo lentamente en sopor entre el vaho de sus suspiros y de sus susurros.

Wednesday, January 04, 2006

Reflejo insumiso I

Ahora te he desenmascarado y te usaré como esclavo
William Blake

Ni siquiera estoy seguro de cómo empezar. Lo razonable sería decir, llanamente, que mi reflejo cambió. Se trató, en un comienzo, de una variación mínima, imperceptible casi: la fosas nasales un poco más abiertas. Lo noté una mañana, mientras me rasuraba. No hubo susto ni preocupación. Pensé, tan sólo, en la vejez, en las maneras extrañas de la vejez y en cómo llega a nuestras vidas. Somos eternos en la felicidad, y una cana, una arruga, nos devuelven el tiempo y la muerte. No soy vanidoso, pero entiendo la vanidad como una conciencia extremada de nuestra fragilidad. Tampoco se piense que estas reflexiones me apesadumbraron el día. Comencé la mañana con esas ideas zumbando en la cabeza, y se fueron disipando poco a poco, cediendo al impulso de preocupaciones de mayor austeridad filosófica, como el trabajo, la cena y las compras.

En la noche de aquel día, y ya listo para acostarme, el reflejo distorsionado de la televisión hizo que me alarmara nuevamente. Corrí al baño para, en un espejo plano, contradecir esa impresión. No fue así. Ahí estaban. Los ojos, más claros, más grandes, me miraban con asombro. La nariz seguía creciendo. Aunque vagamente me reconocía en el reflejo, no era yo. Alguien hubiera podido decir “el parecido es asombroso”, o hubiera pensado en que yo y mi reflejo éramos gemelos, a los cuales se distingue por detalles. Pero esos detalles los vuelven personas distintas. Eso era lo perturbador.
Aquella noche no dormí. Me palpaba el rostro buscando, en la ceguera providente de mis dedos, la confirmación de mis facciones. De alguna manera sentía que yo me abandonaba. Puede ser exagerado, pero imagino que aquella sensación era semejante a la de quienes aseguran haberse visto morir durante unos segundos, justo antes de recobrar la vida.

Siguieron días pesarosos. Procuraba caminar con la cabeza gacha, rehuía los encuentros y evitaba mirar de frente a las personas, avergonzado por mostrar un rostro ajeno y mudable. Acudí a varios doctores y les expliqué mi mal. Inevitablemente me recomendaban amigos psiquiatras. Eludía los espejos, pero en el insomnio volvía a recorrer con las manos mi rostro hasta memorizarlo (quién sabe por qué confiamos al tacto la última certeza de realidad). En las raras ocasiones en que me observaba en un espejo, crecía mi ansiedad. La imagen ya no conservaba ningún parecido, y se había estancado en una apariencia mediocre, dejando de cambiar. De la sorpresa inicial y la vergüenza, pasé al miedo, cuando percibí que la imagen comenzaba a desobedecerme, actuaba con voluntad propia o movida por alguien más: gesticulaba teatralmente: a veces parecía parodiarme imitando grotescamente mis movimientos, pero en otras ocasiones mostraba emociones incluso contrarias a las mías. Temía, quizá como teme un entrenador a un perro que ya no acata sus órdenes, y que sin embargo es inofensivo. Decidido a enfrentarlo, comencé a actuar también ante el espejo, para ponerlo a prueba. No me sorprendió que un día el reflejo desapareciera. Yo, frente al espejo, sólo podía ver la escenografía que me rodeaba.