Tuesday, October 26, 2004

El rey estatua

Cuando cayó Constantinopla en poder de los turcos, corrieron voces de que el último basileus se había convertido en estatua y que, cuando pasara el peligro, llevaría a los bizantinos a la reconquista y a la victoria. La espera continúa, quizá pervive en algún nostálgico que rememora la ciudad en llamas, los siglos de opresión y de vejamen. Ese hombre hipotético acaso ignora cuál estatua esconde al añorado basileus, si la que lo representa, si una pagana, si una de un buey o de un caballo, o de una planta en la cresta de una columna. Ese hombre ignora si la estatua se hizo añicos durante el saqueo , o si fue transportada a algún remoto palacio para adornar los jardines adormecidos de un sultán ebrio de mujeres, de manjares, de tedio, y que tras mucho peregrinar reposa en las bodegas de un museo menor y lejano, dedicando su eternidad de piedra a pensar en aquella hipótesis que siglos después postularía Condillac, acerca de si una estatua podría percibir aunque fuera con un solo sentido, y si percibiendo tendría noción del tiempo, del espacio, de la sucesión, de la causa.

Monday, October 25, 2004

De refranibus

Gracias al refrán cualquier pelado puede hablar ex cathedra. Uno de estos dichos populares demuestra su vigor, en las muchas expresiones que tiene, y que se resume en un apotegma inmortal: para fomentar algo no hace falta más que prohibirlo. A nadie que yo sepa se le ha ocurrido prohibir el trabajo. Sin embargo, esto no necesariamente implica que el apotegma sea falso, sino que la falsa moral de amor al trabajo es mucho más fuerte, a veces, que la verdad y hasta que la religión. Dios dio el trabajo como castigo; enamorarse del castigo, como el Satanás de Milton, demuestra el gran mérito de la retórica perversa, capaz de hacer parecer a alguien soberbio como verdaderamente envalentonado. Tampoco sé de alguien que prohibiera devolver lo ajeno. Esto me demmuestra que ser folclórico es mucho más difícil de lo que parece, pues hay que aprender a tocar marginalmente el sentido de los refranes, sin ahondar. El refrán es, pues, en este caso caso, como una filosofía con eyaculación precoz.

Tuesday, October 19, 2004

vocato inspiratto

Ignoro cómo es en otros casos. La inspiración, supuesta como una bella mujer luminosa, radiante, se me apareció como un pequeño animal peludo de un color indeterminado entre gris y café. Podría ser un gato, un perro o un roedor superlativo. Lo miro con extrañeza o con tedio; él (o ella) me mira con una mezcla de indulgencia y resignación. Cuando le solicito una idea o un giro estilístico, clava en mí una mirada idiota y anonadada, se echa sobre sus patas, y dormita. Mi novia y yo hemos tratado de adoptarlo como mascota, pero acaso por un romanticismo extemporáneo, mi novia decidió que ante la inspiración debía ser celosa, y sin poder serlo de tan desagradable animal, acabó por despreciarlo. Por eso, intenté echarlo de casa, pero siempre vuelve. Para mostrarle mi desprecio humano, lo alimento de sobras, de obras inconclusas, de esta página; él (o ella, pues no lo sé) las consume insensiblemente, sin agrado ni voracidad. A veces se me acerca y me pide una caricia. Cuando se la doy, ronrronea o gruñe y se va espantado a romper algo, a provocar un destrozo ínfimo pero notorio. Supongo entonces que no es la inspiración, sino la vocación. Pero, ¿y la inspiración?

Friday, October 15, 2004

Propuesta farmacológica

Me pregunto si algún materialista imaginó que el error y la mentira eran productos de la enfermedad, una especie de fluidos corruptos, putrefactos; y la verdad, asimismo, producto de la salud. La constitución del cuerpo acaso determine la del pensamiento. En tal caso, habría que confiar en un fármaco que afine nuestras verdades y elimine nuestros errores. Pero también habría que considerar que la Academia sería consumidora fundamental de los similares y genéricos intercambiables. La gente baja seguiría con su sentido común y su sabiduría popular y refranera, dependiente de remedio caseros y mejunjes y cataplasmas dignos de un estofado. Para mejor comprender lo que digo, obsérvense las relaciones entre lo atribuido a la sabiduría oriental y las virtudes casi esotéricas del ging sen y del té verde

Tuesday, October 12, 2004

El rey abgero

La leyenda de la cristianización de Siria data del siglo III a.C. y relata cómo el rey Abgero el negro, que padecía una enfermedad, envió un mensajero a Jesucristo mandándole decir que fuera a curarlo. Porque la sanación del monarca no entraba en el plan divino, el mesías se disculpó y le pidió al rey que esperara a uno de sus seguidores. Cuenta la leyenda que uno de los discípulos (no recuerdo si Tadeo) visitó al rey, lo curó y, mediante ese acto, cristianizó a la nación siria. Yo prefiero pensar que ese gesto es una interpolación tardía, y por eso contradice y desmiente la historia.
Nada escapa al plan de la Providencia (o nada debería escapar). Ni la enfermedad ni la sanación. El sufrimiento de Abgero, su enfermedad, figuraba en el plan de la providencia, porque ocurrió; su curación no entró en la agenda del Mesías y, probablemente, tampoco en la de sus seguidores, discípulos y adeptos. Por eso, prefiero pensar que Abgero yace, maloliente y quejumbroso, en una sala sellada por sus descendientes, atendido por sirvientes a quienes han cortado la lengua y han privado de instrucción a fin de conservar el secreto. Sumido en la sombra y en el dolor, Abgero gime y reza, y espera aún, tras dos mil años, mantenido en su estado por la promesa divina.

Friday, October 08, 2004

Temores de la fe cierta

Aveces me da miedo ser católico. Sobre todo cuando pienso en lo de la torre Babel, y no logro concebir cómo Dios, a semejanza de ciertos bandoleros, saca sus llaves y le da un rayón al coche que no compró o al del vecino que está prosperando.

Cambio de imagen

Me topé, revisando el Antigüo Testamento, con el libro de Abdías. Del profeta poco o nada se sabe (las razones acaso se comprendan después). San Jerónimo lo identificó con el siervo de Acab que dio alimentos a los cien profetas que huían de Jezabel III, si bien esta opinión se ha desprestigiado; la que prevalece relega al profeta al anonimato y a la oscuridad. Su visión habla de la venganza de Yahvé (Abdías, en hebreo Obadyah, es siervo de Yahvé) sobre el pueblo de Edom. Este pueblo era el vecino incómodo de Israel; vividor, traicionero, aprovechando los saqueos para saquear, las enemistad para atacar, etc. La visión primero sanciona ese comportamiento, y luego arremete con una característica venganza en el día de Jehová:
"Pero el día del Señor se aproxima; Dios se vengará a Sí mismo y vengará a Israel, contra los idumeos y contra todas las naciones gentiles. Los israelitas, al contrario, serán bendecidos; se apoderarán del territorio de sus opresores, y luego Jehovah reinará gloriosamente y para siempre en Sión".
No encontré, sin haber hecho grandes pesquizas, noticias sobre la ruina de Edom que no estuvieran más o menos acompañadas por las de la ruina de Israel, salvo el fugaz sometimiento con David. LA era dorada parece que Dios no la agendó; parece que su secretario particular no incribió en la orden la ruina de un pueblo pequeño, tan pequeño, que tal vez se traspapeló. Si el cielo es una burocracia, como puede imaginarse en Kafka, Edom es uno de los pendientes, una de las diminutas negligencias que siempre se pasan, A la hora de cortar cabezas, parece que tocó a Abdías, profeta muy menor, de gran estilo pero el más breve del Libro (sólo 21 versículos), la suerte de ver truncada una carrera promisoria. Quizá de ahí en adelante, el desprestigio de la Ira Divina, el cambio al Dios del Amor, por razones más o menos consultables en Maquiavelo. Habrá que considerar si Abdías no será el primer caso de replanteamiento de la publicidad divina.

Thursday, October 07, 2004

Te veo y me ves.
Veo que me ves; ves que te veo.
Encerrados por siempre
en la hórrida soledad de las miradas,
nos vemos
rondando la rueda del deseo.
Si ves qué, al verte, veo,
de pronto somos algo
de improviso.
La plétora puede ser
una que otra encrucijada.

Wednesday, October 06, 2004

cadena de errores

Sigo sin entender ciertas frases, ciertos usos. Esto no me convierte en Wittgenstein, y eso es lo que me hace escribir con vergüenza. Cuando alguna vez sufrimos una tragedia que en rigor puede no serlo (eso lo determina cada quien), hay un indefectible comentador: deberías sentirte afortunado..., y sigue con una larga cadena de desgracias que harían sonrojarse a Edipo, o peor aún, calla y sonríe con esa molesta sonrisa de quien da por supuesto que uno ve con claridad lo que él, por su silencio, no ve en lo más mínimo. Esto tal vez se vea mejor con un ejemplo. Digamos que alguien se rompe tres apófisis de vértebras lumbares por caer de un árbol al intentar salvar un gato. En esos casos, naturalmente, alguien dirá, apodíctico, irrevatible... considérate afortunado. Se trata, pues, de una muletilla multiusos, decorosa, imprescritible, universal. Puede aplicarse a cualquier situación, a cualquier persona. No dice nada de nosotros, ni de nuestra compasión: acaso, tal vez, de nuestro morbo sugiere atisbos, casi como murmullos de beata.
Podemos, en circunstancias desgraciadas, sentirnos desgraciados; un poco más difícil de imaginar es sentirnos ecuánimes, serenos, una especie de porteros de nuestra propia vida. Se puede ir en ascenso, claro, y sentirnos felices, entusiasmados hasta el grito y hasta divertirnos ya entrados en el masoquismo, reírnos de nuestras desgracias, retar a los dioses, y sabe dios qué más. Lo que yo no puedo es sentirme afortunado, entendiendo lo que resulta obvio: sentir una alegría por un acontecimiento inmerecido. Hay diferencias entre ganarse la lotería y sufrir algo. Lo que nos dicen, ya explicado, es todavía más desolador para la comprensión: hay que sentir que corremos con suerte, por tener la suficiente mala suerte para que nos pasara x, pero no tanta para que nos pasara y. Podemos, claro, suponer que entendemos esto.... ¡Pero sentir por deber! O, en otra paráfrasis, avergonzarnos por quejarnos mirando desgracias que no nos ocurrieron pero que pudieron tocarnos

Tuesday, October 05, 2004

De los oficios

No, no tiene que ver con Cicerón. Simplemente me causan extrañeza ciertas frases: "somos el arquitecto de nuestros destinos". Todo bien, al parecer. Pero ese arquitecto trabaja sólo, sabe poco de cálculos, suele tener mal gusto, yerra, no tiene a un ingeniero que lo asesore. Por consecuencia, el tal edificio casi siempre es chipotudo, y como esas casas proletarias, en permanente obra negra, con las varillas de fuera, con la ilusión de un piso extra, de un acabado más lujoso, y la descorazonadora esperanza de que la familia crezca hacinada en rascacielos improvisados. Y claro: nadie lo ayuda. Es arquitecto, pero también peón, albañil, cargador. Para el catolicismo acaso somos los abogados de nuestros destinos, que preparamos una defensa razonable para el día del juicio final, una coartada: sólo los creyentes tiene coartada.

reflexión irresponsable de la simpatía

Ganar la simpatía de alguien parece algo ordinario, habitual. Hay gente que se dedica a eso, suponemos, como los agentes de ventas. Se trata, al parecer, de una de tantas virtudes comunes y desangeladas, como lo son las cívicas en general. Pero de la misma manera en que se gana, es válido pensar que también se pierde. La vida, entonces, se transforma en un torneo de amistades y enemistades gratuitas, fugaces, cotidianas. Pienso en aquellos personajes que medían su vida por cigarros, por horas o por amores, y que acaso pudieron haberlo hecho por simpatías o antipatías. Pero no, eso volvería al mundo una especie de planeta disney donde hay tres o cuqatro odiosos que ejercen el malhumor como doctrina anarquista. Sospecho que en ese ganar no hay un sentido de competición, pues es difícil creer que uno ha estado a punto de ganar la simpatía diez o doce veces de cierta persona, que hay antipatías con finales de fotografía. Además el esfuerzo parece ausente. Alguien que se empeña demasiado en ganar simpatías, que se esfuerza atléticamente en caer bien, que realiza cortesías gimnásticas, es un pesado o un falso, y eso lo lleva al otro bando, al de los lacayos, los serviles, los indeseables. Ser agradable a la vista de todos, ejercer sobre ciertas personas fascinación gratuita, espontánea, y propiciar sin dfeliberación una alquimia para convertir nuestros defectos en virtudes y nuestras virtudes en dechados de maravilla, para hacer de nuestras manías
Como sea, me considero absolutamente incapaz de ganar demasiadas simpatías, si suponemos que ese ganar involucra un esfuerzo o una aptitud nata. Como cualquiera, simpatizo con personas a las que trato poco, caigo mal de vista, y hasta puedo presumir de dos mujeres que inventaron conmigo una historia de amor sin haberlas tratado jamás, y más me vale comenzar a creer yo también en esa mentira enaltecedora. En esto nada se puede hacer. Parece que, políticamente correctos, la simpatía ocupa el lugar, intraspasable, insobornable con remordimientos históricos, de cualuquier repudio. La simpatía, pues, parece ser uno de los muchos obstáculos del existencialismo. Nos construimos en nuestros actos, y nos construimos para otros. Tener un defecto físico, una voz chillona, hace que el edificio de nuestra vida se desmorone, porque somos incapaces de mostrarnos según nuestras acciones. Somos espejos deficientes en donde otros espejos deficientes se muestran. Y lo sabemos, y por eso la ilusión del hombre libre se desmorona frente a la insobornable voluntad del capricho, del gusto. Cicerón decía que muchas veces una persona no se parece a sus actos. Justificar, por ende, simpatías o antipatías, no sólo es una debilidad, sino el quebrantamiento de lo poco de misterioso y digno que nos topamos al subir al pesero.

Monday, October 04, 2004

Postmodernidad

Me declaro ignorante. Para mí la postmodernidad consiste sólo en confundir lo anticonceptual con lo anticonceptivo

A modo de excusa

Hace unos días, me dijo una persona "tengo que decirte algo...", y corrió al baño. En esos momentos, descubro que tal vez, tal vez, nací poeta.