Wednesday, April 26, 2006

No decir nada del nestorianismo

Desde hace tiempo quiero escribir algo, un cuento, un ensayo, sobre Nestorio. Pero me falta tiempo para investigar, para sumergirme en bibliotecas de las que uno sale luego como de un naufragio; para zambullirme en libros, en ensayos, en dilemas; para tejer las sutilezas teológicas bizantinas, laberintos cretenses en cuyo centro mora la perplejidad.
Porque Nestorio, uno de los más grandes herejes de la cristiandad, puede que en realidad no fuera hereje. Él proclamaba dos naturalezas reunidas en Cristo, la divina y la humana, como lo señala la Iglesia. Pero los peligros monofisitas, apolinaristas, monotelistas, acechaban. Dicen algunos que la Iglesia lo malentendió y dramatizó esa distinción proclamando que eran "dos personas" distintas reunidas, y no dos naturalezas en una persona. Dicen que sus seguidores lo malentendieron, y se acomodaron mejor con el malentendido que con la postura real, y corrieron al Oriente proclamando el equívoco que acaso el mismo Nestorio no entendía. Y Nestorio fue desterrado al desierto, asilado en un oasis, por el resto de sus días. Y cuando murió, decían sus detractores que abandonaba los rigores ardientes del desierto por los más ardientes del infierno.
Sí, quisiera escribir, pero me falta tiempo. Y sólo tengo tiempo para, en paráfrasis de Quevedo, hacer algo en no hacer nada.

Wednesday, April 19, 2006

Los otros milagros

En la historia (y en el cuento de Monterroso y creo recordar que en Las minas del rey Salomón), un eclipse y recordar el momento en que ocurrirá el eclipse es el ardid para salvarse de los salvajes. Se proclama el milagro y la intercesión de los dioses. En Monterrroso el ardid no funciona.
Tal vez traiciono este blog, emancipado de las peripecias personales, contando una anécdota. Pero el Viernes santo todo falló. Mi novia, de viaje, creía anticipar su regreso, pero el coche se descompuso y heroicamente se salvó de sucumbir bajo una pesada rama que tuvo el repentino antojo de desligarse del tronco y de dejarse caer, así nada más; la tarjeta WiFi se obstinó en no advertir señal; tuve que reiniciar la Palm, anquilosada, estupefacta en su inutilidad; mi computadora perdió la propriosepción (¿se escribirá así?) y desconoció los puertos usb y abarató su unidad de disco, incapacitada para grabar respaldos; el celular durmió el sueño de los justos, dejando de funcionar... Todo amenzaba con convertirse en una novela Stephen King: las máquinas se sublevaban; la naturaleza, en franca rebeldía, con polvaredas y remolinos encapotaba el cielo. Era Viernes Santo.
Y el sábado todo regresó a la normalidad. Sábado de Gloria, finalmente.
El tiempo no pasa en vano. ¿A qué salvaje podríamos convencer con semejante milagro? Necesitaríamos un pueblo formado por variantes del filósofo Moore (vid. infra) y decirles: "Esto dejará de funcionar". ¿Qué parábola podría crearse con semejante anécdota? ¿De qué mediocre profecía en estilo de san Juan podríamos proclamar?: "Porque así como la rama se desprende de su tronco y la Palm se paraliza y el celular se inutiliza, así, en verdad, en verdad os digo, así será la ira de Dios, y no serán salvos ni los puertos usb ni los quemadores de discos..."
Sin embargo fue Viernes Santo, no vi la película de Rambal, y creo, creo.

Friday, April 14, 2006

Excusa

Iba a escribir, en verdad lo iba a hacer. Pero no lo hice. Os dejo, no obstante, uno de los grandes descubrimientos de semana santa: Alizee



Thursday, April 06, 2006

La augur

Iba cabizbaja y silenciosa. Para hacer conversación, le pregunté si era cierto aquel rumor de que sabía leer el vuelo de las aves. Asintió lenta, cadenciosamente.
En aquel momento reventó una parvada, que poco después pasó por encima de nuestras cabezas. Esperé su lectura. Ella miró al cielo desganadamente, herida por el sol, reflexionó, y suspirando con malhumor, dijo:
--Sandeces... Sólo sandeces. Las aves son animales estúpidos. Ya no predicen el futuro. Van y vienen, labran surcos en el aire y los impregnan con trova, cancioncillas de amor superficiales, éxitos comerciales que escuchan por ahí.
--¿Y no será que nos predicen una edad de oro? --pregunté.
--Sandeces, sólo sandeces. --dijo, y aceleró el paso, quizá avergonzada.