Thursday, November 18, 2004

Cae la mirada en tu mirada.
Lluvia que decanta nubes
en el largo silencio de las aguas.

Hay que ver cómo se precipita...
¿Quién lo podrá ver
sin caer, sin cauce, sin causa?

En la mirada se encierra la mirada,
como en el callado
cautiverio del agua.

Tuesday, November 09, 2004

El nacimiento del voyeur

A veces el despertador suena, abrimos los ojos, nos tallamos el rostro, nos ponemos en pie, pero algo nos indica insidiosamente que no hemos despertado. Lo advertimos por la pesada liviandad con que se presenta el mundo a nuestros ojos, de una manera casi simbólica. En la regadera, que esperamos refrescante, se escurre un denso sudor afiebrado que se estrella como aceite en nuestro cuerpo, que casi está ausente o apartado, sufriendo quizá esa fiebre. Ese día, lo sabemos, las cosas no serán iguales.
En la calle, en el trabajo, todas las cosas aparecen desnudas y pasajeras. La modorra emputece el mundo, más allá de lo habitual. Nuestra mirada durmiente, apoderada de nuestra vigilia, nos da un mundo más muelle, pero asaz pastoso. Milton, quizá anticipándose a Swedemborg, había dicho que cada quien lleva en sí su cielo o su infierno. Nuestro sueño, que Virgilio hermana con la muerte y hace vecinos de cuadra, hace del mundo un sueño en nuestros ojos. La gente pasa, las cosas pasan, todo fluye despacio y blandamente.
Poco habituados a esto, en esos días en que el sueño y la vida se han mezclado, hacemos del sueño vida o de la vida sueño, quizá por apetecer el cliché calderoniano (el cliché es un golpe de realidad). En esa angustia sin descanso, la solución es que esas dos potencias sucumban al gobierno de una sola.
Acudimos entonces a las formas del espabilamiento (cuyo nombre se debe al pabilo de las velas) que es como volverse un fuego inocente, una luz insulsa. Recurrimos a emociones fuertes que, para nuestro asombro, pasan sin dejar huella. Cosas y gente pasan. El tránsito por los juegos, por los accidentes, por los asaltos, por las caídas y derrumbes de nuestra vida, nos deja fríos, como un sueño que ha dejado de surtir efecto y del que ya sólo esperamos, desencatados, el despertar, el fin.
Algunos hay que acuden a la mujer, porque ella quita el sueño, porque a veces es pesadilla o porque descansa entre ensoñaciones. Y acuden a la más pronta, a la inmediata, a la pública. Y ella, exhibiéndose, contorneándose en los contoneos de una música que retumba cansadamente en bocinas acartonadas, se muestra como la última ilusión, como una isla y un faro. Y a veces la isla y el faro son sólo eso. Pero el hechizo surtió efecto. Ese día la vigilia comienza a desaparecer. Desaparece también el angustiado, se desvanece. Ese hombre, aquejado por el sueño, ya es sueño, ya es mero espectador de su vida que ya no es suya y que ya no es sino un pasaje que habita monetáneamente en otras vidas. Es el que pasa entre lo que pasa, es sueño porque ve lo soñado y porque es una mera imagen en los demás. Ha nacido el voyeur.